miércoles, 29 de septiembre de 2010

Gracias.





Nos vemos.









lunes, 13 de septiembre de 2010

RETAZOS INCOHERENTES DE FINAL




Ya llegó, ya llegó…es el Fin, al final, es el Fin, nuestra Muerte. Eskorbuto

Anticipo el final, dispongo mi ánimo para el cataclismo mientras aguardo a que acaben de abrirse las puertas del Infierno. La oscuridad es tempranera y los fantasmas salen a la superficie. Camino por el hielo como los personajes de Profundidades. Abajo aguarda el abismo, los monstruos dormidos, nuestro Apocalipsis de cada tarde.

(Aquí arriban muchas esperanzas y se acaban por disolver, aquí todo es efímero, desechable y lo peor es que no se recicla, ni siquiera se biodegrada, se queda ahí, contaminando la tierra, chupando sangre como una garrapata, negándose a dejar de existir, depredando cuanto se mueve a su alrededor).

Por ahora estoy feliz. Mi felicidad es una niña en patines de hielo deslizándose a toda velocidad por una delgada superficie a punto de romperse. Bajo el hielo hay un abismo sin fondo poblado de monstruos (ahí debe habitar el monstruo de la taza del baño por cierto) Pero en este momento la niña está patinando como si nada. Si la capa de hielo es gruesa o está a punto de derretirse es cosa que le tiene sin cuidado. Hoy estoy patinando, mañana quién sabe. No hay que buscarle muchos misterios donde no los hay.

Como el asesino vuelve siempre a la escena del crimen y el salmón a contracorriente retorna a desovar al estanque de origen, uno siempre acaba por volver a ese abrevadero inacabable de letras desparramadas.

En el efímero texto de la vida, redactamos con exceso de comas, puntos suspensivos, a veces punto y seguido. Muy de vez en cuando colocamos ese punto y aparte que pone fin al párrafo e inicia otro. El punto final, en cambio, es un signo inutilizado. Rara, muy rara vez ponemos punto final. Hoy nos toca ponerlo Como herencia nos quedan los Diarios del Fin del Mundo. EL GUSTO ES MIO. GRACIAS.


viernes, 10 de septiembre de 2010

El final.





Año nuevo esperando mi vuelo que para variar se atrasó otra vez. Harta de beber café y leer la misma revista me distraigo viendo a la gente pasar. Y lo que nunca creí posible: te vuelvo a ver aquí. A pesar de que no te había visto en diez años, reconozco al instante tu abrigo horrendo y tu forma de caminar.

Has cambiado un poco, tu espalda está más ancha y has subido un poco de peso. Creo que le va a tu estatura. Apostaría que te ves mejor que en aquél entonces.

¿Recuerdas la última vez que nos vimos? Creo que sí. Yo sólo recuerdo pedazos:

Fuimos a tomar una cerveza y me comentaste de que te había hecho un favor al terminar contigo porque al fin te habías podido acostar con… no recuerdo su nombre. Era un nombre común con D. ¿Dana? ¿Dulce? ¿Diana? ¿Denisse? Te felicité aunque para mis adentros me pregunté cuál era el protocolo social de una conversación entre exes. Cuando llegamos a mi casa seguimos platicando y sacaste de tus pastillitas mágicas. En la plática quisiste darme un masaje y volví a perder la noción del tiempo. Cuando me di cuenta de que estábamos teniendo sexo te empujé y te corrí de mi cuarto. Al día siguiente decidí que no deseaba tu amistad.

Y ahora veo tu chamarra espantosa entre el gentío del lugar y como la hipócrita cabrona que les dijiste a todos que era te miro desde mi rincón midiendo las circunstancias y viendo lo que el tiempo te ha hecho a ti.

La mujer que te acompaña (quién por alguna razón estoy segura que su nombre empieza con D.) te abraza y te rodea como un satélite enamorado. Me doy cuenta porque así estuve yo tantas veces: como una pequeña lucecita que daba vueltas a tu alrededor y que resplandecía en función de complacerte con todo. Me da nostalgia, no lo niego. Pero por mí misma: extraño a mi corazón cuando era tonta y te creía todo. Cuando creía que la gente no mentía (¿para qué si yo soy de confianza?) y que yo era una personita especial destinada a ese destino hermoso que uno se inventa. Cuando no era práctica y todo me parecía bonito. Extraño en ocasiones ser esa pendeja… sufres mucho ¿sabes? pero tiene su encanto.

Antes de desaparecerme de tu vida si me quedé con la espinita de quitarte algo a ti. Desquitarme. Pero al principio me dio miedo (por las amenazas que empezaron a llegar a mi trabajo)… y después mucha flojera. Y esta tarde es tanto mi aburrimiento que ahora espero una chispa de ingenio, una idea espontánea, una línea inteligente para levantarme y hablarte; nada más para ver que cara pones.

De la nada me doy cuenta que yo si tuve un final. Me convertí en una persona cínica pero con el corazón seguro. Cambié. Algo mío te llevaste cuando te mandé definitivamente a la chingada. No te puedo decir que gané o perdí pero sí que yo si tuve un fin. Adiós taradita inocente… quiero pensar en un momento clave y no puedo. Simplemente empezó hace diez años y sucedió poco a poco.

Te miro y entiendo porqué te reconocí. Tú eres el mismo, tienes lo mismo que cuando me enamoré de ti: una mujer jóven halagando todo lo que haces, el porte altanero, el mismo abrigo, el control. Nada en ti ha cambiado.

La salida de mi vuelo es anunciada y suelto todos mis recuerdos y divagues para irme. Paso a tu lado completamente consciente de que aún si me ves de frente, nunca te darás cuenta de quién soy yo.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Los Sabios de Tralfamadore



Hace mucho tiempo los Sabios de Tralfamadore se encontraban muy ocupados rascándose los tompiates. Tan concentrados estaban en esa tarea que no tenían tiempo para nada más y eran infelices.

Hasta que un buen día, a uno de ellos se le ocurrió una idea genial y la anunció al resto.

- Sabios de Tralfamadore, se me ha ocurrido una idea genial ¿qué tal si en vez de que nosotros nos rasquemos los tompiates, actividad que consume todo nuestro tiempo, conseguimos a alguien más que lo haga?

- Eso está muy bien, Sabio de Tralfamadore - dijo otro. -Pero ¿cómo haremos para conseguir quien quiera rascarnos nuestros tompiates sabihondos? ¿Ponemos un anuncio en el periódico?

- No - dijo el Sabio de Tralfamadore al que se le había ocurrido la idea. - Haremos un blog colectivo en el que escribiremos nuestras ocurrencias semanales y al cabo de unos meses tendremos a una legión que estará dispuesta a rascarnos los tompiates. Los reconoceremos muy fácil por sus exabruptos.

A los demás Sabios de Tralfamadore les plugo la idea y la pusieron en práctica.

Después de unos meses, cada Sabio de Tralfamadore tenía una fila creciente de dispuestos a rascarle los tompiates. Como había indicado el autor de la iniciativa, eran fáciles de reconocer por la estridencia monótona pero entusiasta con la que exigían su atención.

Durante un tiempo los Sabios de Tralfamadore continuaron criando a sus rascadores de tompiates. Uno de ellos llegó a acumular a doce docenas de rascadores, por cada tompiate, en una sola semana.

Entonces ocurrió lo impensable.

A los Sabios de Tralfamadore, de tanta rascada, se les pusieron morados los tompiates y decidieron irse de vacaciones.

Desde ese día, los rascadores de los tompiates de los Sabios de Tralfamadore viven esperando su regreso. Mientras, para consolarse, se escarban la nariz.

Nota: Los Sabios de Tralfamadore son unos alienígenas del Vonnegutverso. Los tomé prestados para el tema de esta semana. Suelen dedicarse a actividades contemplativas y a proyectos manirrotos. Si los conocen es porque han leído a Kurt Vonnegut y los felicito. Si no los conocen es porque no han leído a Kurt Vonnegut, pero ese es un defecto que no tiene porque ser permanente.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Esa puertita modosa pero veleidosa.




La palabra fin es, como las palabras amor, felicidad, dios y sexo, un camino amplio y sencillo a la malinterpretación. Es una palabra que sugiere que las cosas en el universo son una larguísima linea y, como la historia humana, es el punto último de la raya recta y rígida de los destinos.

Yo no lo sé, y no porque sea un relativista de mierda o un borreguito confundido varado en la cúspide de la nada. Lo que si, es que adoro los finales. Para mi son augurios. Son albas cuyos rayos penetran a través de la cerradura de la próxima puerta. Basta abrir y caminar hasta la siguiente, y aunque ese procedimiento parezca lineal, o rutinario, es muy probable que las cosas del hombre y su mundo sean, en realidad, la apertura recalcitrante y necia de la misma puerta, una y otra vez.

El eterno retorno, dirán los más taimados. Pero como tampoco simpatizo demasiado con Nietzsche, he decidido no ponerle un puto nombre a esto de acabar y volver a comenzar. Solo digamos que está en nuestra naturaleza la posibilidad de reiniciarnos, aun cuando nos neguemos a eso, y nos aferremos a una linea inacabable de sucesos distintos que eventualmente terminan con todo, contradiciendonos. Aun cuando nos neguemos a renunciar, a poner un fin, e hinquemos dientes y uñas a lo que creemos tener o ser. Siempre y siempre hay posibilidad de tener otra cosa, de ser otro.

Este es el tema número cien de Recolectivo, y el capataz de este congal, Luis, nos previno: sería el último tema, y lo mejor es despedirse. Sonreí al leer su correo, tan frugal, concreto y sin tapujos, pero con aire veleidoso. Me dije: ¿qué debería escribir para despedirme? Y pensé, por supuesto, en nada. Pero al final me vencí y decidí venir a ser, por primera vez, sincero con todos ustedes, los que leen, trolean, insultan o guardan silencio.

Jamás he escrito sobre mi en este sitio; todo lo que así ha parecido han sido mentiras bienintencionadas. No lo haré tampoco ahora porque probablemente acabe siendo injusto conmigo o con ustedes, y les muestre una mentira hilvanada de lo que esperan leer, lo que creen saber de mi por lo que han leido y el patetismo que todos los seres humanos arrastramos y que tratamos de ocultar con pretenciones, ambiciones, logros y el ruido de nuestra verborrea e intelectualidades. Al final olvidamos que somos seres que cargamos con tres a seis kilos de mierda en los intestinos, y todos los días compartimos con el ser de a un lado, la honrosa necesidad de sentarse a defecar o de dormir para soñar, al menos que seas un estreñido o un insomne, y entonces eso también lo compartes con alguien más.

Pensé escribir un relatito para los trolls. Uno sobre su famoso muerte al puerco joto latino. Imaginé que ese vituperio se escuchaba en los patios de un palacio, por una turba encrespada dispuesta a linchar a un hombrecito que, hace mucho, se quedó sordo y se resguarda del odio de los demás en sus reflexiones y demonios. Sentí la necesidad de darle ese honor a los pacientes anónimos que vienen e inundan estos posts con sus debrayes, como monzón veracruzano. Pero al comenzarlo, era tanta mi risa que se transformó en enfado, y el enfado truncó mis intenciones de rendirle pleitesías a todos esos locos cuyo humor - por desgracia - nunca pude comprender o disfrutar. A ellos, les pido una disculpa por no poder sentir cualquier cosa por sus retahilas: ni risa, ni odio, ni coraje o irritación. De verdad, disculpenme. Fuí insensible

Luego quise hacer una exposición de motivos. De los mios para venir a escribir aquí. Pensé en disculparme por todas esas veces que soné arrogante, escolástico o soporífero (las más, lo sé), pero entonces hubiera tenido que disculparme por suponer que alguna vez no lo fuí. Pensé también en disculparme por aquella respuesta que di a la entrevista que nos hicieron en no recuerdo que blog. Pero luego supe que mi respuesta fue un realidad mi esfuerzo para nutrir la dinámica, y que escupir una respuesta llena de suficiencias y considerandos me hubiera hecho sentir como un mentecato con investiduras de merengue y papel picado.

Quizá lo que debería hacer es pedir una disculpa por venir a escribir aquí una opinión sincera. Siempre pensé que se me invitó para ficcionar y entretener con relatitos impersonales, al que quisiera venir a leer. Que mis opiniones irrelevantes y espumosas me las podía guardar para cualquier reunión de imbéciles en fin de semana. Mi obligación - creí siempre - era espulgar mi imaginación en busqueda de un relato salido del tema semanal. Y eso es un asunto que obedece al esfuerzo y la reflexión, no a inspiraciones, musas o espasmos de genialidad. Yo nunca he sido un hombre inspirado ni genio, y más que musas, tengo serías motivaciones para salvarme a través de la escritura. Cualquiera que se halle sometido al hierro rutinario de la vida, sabe que existen esas pequeñas pasiones que salvaguardan nuestra integridad y nuestro espiritu. En mi caso, venir a escribir a Recolectivo me complacía sobremanera.

Como sea, me he extendido demasiado. No voy a pedir disculpas por eso porque quizá el que se las merezca ni siquiera llegó hasta éste párrafo. El que haya llegado no aceptará mis disculpas. Quizá sonreirá conmigo y, si tuvo la osadía y paciencia de leerme, podrá por fin percibir con esto último que escribo aquí, un pedazo de mi, que soy, de verdad, muy patético, humano y habitual, y que cago y duermo como el que más.

Y bueno, acabo diciendo que si, esto es el final. Y como dije al principio, todo final invita a renovaciones. Los que sobrevivimos a este proyecto, en verdad, ya estamos pensando en otros escenarios, en nuevas voces, en otro rumbo. Es la misma puerta, al menos yo no me engaño, pero el placer de abrirla de nuevo me hace sentir que toda renovación es una esperanza modesta. De esas que aun tenemos cuando vamos a votar cada seis años, incluso los desengañados, los cínicos y los criticastros a ultranza.

Prometo pronto, abrir con los que nos acompañen, la próxima puerta hacia el otro Recolectivo. A los que me leyeron para odiarme o disfrutarme, les doy las gracias.

domingo, 5 de septiembre de 2010

El tabaco y los muertos.




Soy víctima de algunos vicios, lo admito, pero al menos el tabaco jamás me ha tomado en sus garras. De verdad, el cigarro no es lo mío. No puedo decir que no fumo, pues un cigarrito de vez en cuando no le cae mal nadie, pero lo cierto es que pueden pasar largos meses, acaso años, sin que pruebe un solo tabaco y yo me siento de lo más campante.

Allá por el 2002, cuando fuimos a La Habana, me dio por entrarle duro a los puros e incluso compramos clandestinamente una caja de suculentos cohíbas a precio de ganga. Sin embargo lo de los puros fue una moda pasajera y muchos de esos cohíbas los acabé regalando al volver a Tijuana.

He tenido amigos que son auténticos chacuacos y en mis años mozos tenía la puntería de agarrarme como novias a puras fumadoras compulsivas. Sin embargo, yo nomás no agarraba ese vicio. No es lo mío pues.

Debo aclarar que cubriendo el Ayuntamiento de Tijuana, es imposible no fumar de vez en cuando un cigarrito en los pasillos de ese horrible inmueble mal llamado Palacio.
Compartiendo el humo con funcionarios y colegas, han brotado innumerables grillas y rumores políticos que van tomando forma conforme se consume el cigarro.

Sin embargo, hay algunas muy selectas y específicas ocasiones en que en verdad siento deseos de fumar. El otro día, platicando con mi colega René Gardner, coincidimos en que nunca dan tantas ganas de fumarse un cigarro como cuando estás frente a un muerto.

Tal vez quien no se dedique a esto no pueda comprenderlo, pero cuando acudes a cubrir a un ejecutado, algo que sucede con relativa frecuencia en nuestra ciudad, sientes unas inmensas ganas de prender un tabaco.

Pese a que no soy un policíaco, lo cierto es que por la naturaleza propia de mi chamba y de la ciudad donde vivo, me toca acudir a ver muertos por lo menos una vez al mes (mis guardias están malditas señores y siempre se pintan de rojo) Cuando llegas a la escena del crimen y miras las torretas encendidas, los curiosos que se amontonan mientras los de Periciales cuentan los casquillos, sientes una inmensa necesidad de atiborrar de humo los pulmones. Recuerdo cuando asesinaron a Angélica, la jefa de publicistas de Tv Azteca. Llegamos a la colonia Hipódromo antes que los ministeriales, el cuerpo de la chica yacía dentro de su automóvil y los familiares proferían escalofriantes gritos de dolor. Sin embargo, antes de empezar a hacer mi trabajo, preguntar los datos elementales a los policías e interrogar a los curiosos para ir armando mi nota, caí en la cuenta de que me era imprescindible conseguir un cigarro a como diera lugar o de otra forma no podría empezar a trabajar. Sólo frente a los muertos me puedo considerar un fumador compulsivo. Señores empresarios tabacaleros, os informo que los cadáveres actúan ante mí como promotores del vicio.


viernes, 3 de septiembre de 2010

Blogalaxia